"Me sobra Esperanza..."

Un madrileño cualquiera.

jueves, 27 de marzo de 2008

Relatos cortos - El final del verano -

EL FINAL DEL VERANO

Hay algunos septiembres que son fríos, nos anuncian que el verano ha terminado; los septiembres en Ilomatsi gritan que aquí no hubo verano.

El general Raapana ya no sentía las heridas, sólo sentía el frío. Los tres hombres que le acompañaban llevaban una eternidad sin decir ni una palabra, habían dejado incluso de vigilar las ramas en busca de soldados rusos.
Era fácil imaginar lo que se les pasaba por la cabeza, una emboscada rápida sería la mejor manera de terminar.

El general se preguntaba una y otra vez por qué llamaban a aquella maldita guerra, la Guerra del Verano…
El agotamiento era el único síntoma del paso del tiempo, Raapana fue el último en sentarse a descansar. Morir de frío no era tan malo como pensaba, de hecho no existía ese punto intermedio de perdida de consciencia, era simplemente cuestión de espiritualidad, sí, Raapana dejó de pertenecer a un cuerpo y se convirtió en puro pensamiento…

martes, 25 de marzo de 2008

Relatos cortos - El Rey -

Se despertó sorprendido, pero sin tiempo para saber porqué, en seguida, comenzó a sentirse ansioso. Le tocaba asumir el papel de Rey, resultaba paradójico como el comité mantenía una chispa de relación con la realidad en forma de angustioso vocabulario. Una realidad que se había tornado sombría, gris y sobre todo, minoritaria.
Una verdad a 820 pies bajo tierra, con 37 caras distintas, 14 hombres y 23 mujeres.
Ya habían pasado por el juez, el conserje, el gobernador, y ahora le tocaba el turno al Rey.
El Rey elegiría, por decisión propia, el futuro de dos de los compañeros habitantes del bunker. El cálculo de oxígeno durante la noche anterior, había dado como resultado, superpoblación y no quedó más remedio que seleccionar a un Rey absolutista, encargado de expulsar a dos de sus súbditos. En cualquier otra condición, este rol hubiera supuesto una especie de agradable notoriedad, en el dominio de un bunker, era una hecatombe.

Sólo habían transcurrido dos semanas desde la que llamaban la gran explosión y todo el mundo parecía apto, e incluso necesario, para el funcionamiento del bunker.

El Rey no podía huir de la más roñosa de las naturalezas humanas, dar rienda suelta al egoísmo materialista que llevaba dentro.
Comenzó, poco antes de llegar a la primera conclusión, a sentir ganas de vomitar. Sara, una mujer de unos 45 años, carente de atractivo, sin apenas habilidades sociales y muy lejos ya de la edad de procrear, sería la primera seleccionada.
La segunda elección se presentaba más complicada y su razonamiento debería rebajarse aún más. Golpeaba la mesa sin cesar y expulsaba un profundo asco hacia la vida y todas sus facetas en forma de hediondos gases que apestaban la habitación.
Intentaba consolarse pensando que quizás, en la superficie, había alguna esperanza de supervivencia, pero el auto-engaño le esquivaba y se chocaba de bruces con dos condenas a muerte. Dos decisiones que le punzaban la cabeza en forma de cavilaciones afiladas.

La rabia y la angustia se tornaban en náuseas, las pulsaciones se le disparaban y empujaban el tiempo en fast forward. Se levantaba de la silla una y otra vez, se maldecía, blasfemaba toda su existencia mientras se arrancaba, de manera inconsciente, mechones de pelo. La situación se hacía insoportable, no estaba preparado para tomar una decisión así, se lamentaba, en un 80% de su genética, en un 20% de haber recibido una correcta educación…su temperatura corporal iba en aumento, los pensamientos se desbocaban, el Rey estaba fuera de sí. Comenzó a no controlar su cuerpo, sus movimientos se hacían imprecisos y el estrés, insoportable para sus arterias. Cayó, se desplomó en medio de un grito mientras agarraba con furia el papel con el nombre escrito.
Uno de los habitantes entró en la habitación alarmado por el grito, la decisión ya estaba tomada, el Rey había muerto.

jueves, 20 de marzo de 2008

Nanci

Uno siempre imagina una situación que ha de llegar. Lo hace de muchas maneras, pero es curioso como cuando llega el momento, la situación vivida no se parece ni en el más mínimo detalle a las visiones que nuestra imaginación nos ha ofrecido. O por lo menos, eso es lo que a mí me suele ocurrir.

Desde que le cambié a Nanci su tristeza por una promesa de regresar a la comunidad, no ha pasado el día en que haya olvidado alguna de las conversaciones o momentos tan especiales que pasamos en aquel agosto del 2005.

Casi tres años después he regresado a Ecuador. No puedo esperar más para volver a Sumac Wasi, para visitar a Nanci.

Se ha hecho tarde, una hora y media nos separa de la Shell, estamos en Baños de Agua Santa. Una hora y media que se hace más corta de lo esperado gracias a un extraña conversación que sufrimos en el autobús con un personaje que dice padecer esquizofrenia.
Una vez en la Shell, empiezo a recordar, algo ha cambiado, todo está más iluminado, un brote de nuevos comercios la ha dado otra vida al pequeño pueblo.
Caminamos hacia la comunidad, cada paso que damos va llenando mi mente de recuerdos, mi ansiedad por llegar se dispara. Una vez cruzado el río Pindo dos mujeres de la comunidad nos preguntan. Parece que ha habido suerte, nuestro destino sigue existiendo, la casa de Nanci, su marido Alzibar y sus cuatro hijos sigue en pie. Caminamos por los barrizales hasta que por fin llegamos. La puerta está entreabierta, se oye música. Es la misma que sonaba hace tres años, la misma música religiosa que utilizaban para agradecer a un tal Jesús la fantástica existencia que los indígenas Kechwas llevan en el Ecuador.
Toco la puerta, nadie me oye. Doy un grito, Alzibar se asoma, todavía no me ha conocido. Se acerca, se emociona y grita mi nombre, nos saludamos, nos hace pasar.
Me mira fijamente, se toca el pelo, deja de mirarme y baja la cabeza. Dice que tiene que darme una noticia, una mala sobre Nanci. Me imagino que Nanci está enferma en la cama y deseo que me lo confirme, pero Nanci no está enferma, simplemente no está. Un año y tres meses después de mi partida Nanci murió en el hospital militar de Quito debido a una cirrosis hepática provocada por una hepatitis que nunca se curó.
No entiendo nada y quiero todas las explicaciones posibles, ¿pero cómo puedo insistir?, hace pocos meses que su marido empezó a asumir su ausencia y no sé como reaccionar. Tengo la sensación de que traigo el recuerdo de su muerte, no puedo pensar en otra cosa, tengo que hacer esfuerzos para escuchar lo que nos cuenta cuando no habla de Nanci...

Y arriba en mi antiguo cuarto, donde estamos invitados a pasar la noche, todo es distinto. Ya no hay ratas, ni tarántulas, ahora hay camas, sillones y altavoces. Todo un magnífico mobiliario para que Alzibar pueda recibir como se merecen a las visitas norteamericanas, pertenecientes a una iglesia evangelista de Florida, que supuestamente le van a subvencionar la construcción de una iglesia pegada a su casa, donde él se convertirá en el lider espiritual. Allí, en medio de ninguna parte. Allí, donde según me contaron una vez, no merece la pena llorar a los muertos ya que dentro de poco nos reuniremos con ellos...Paradojicamente esto nunca hubiera pasado si Nanci siguiera viva, en cambio, su muerte ha impulsado la fe de su marido hasta límites enfermizos.


Así era ella, capaz de no hablar de sus dolores, de ocultar su enfermedad. De criar cuatro hijos de edades consecutivas con tan sólo 30 años. De sentir un increible interés por el mundo, por querer saber y conocer, por ser distinta a las demás mujeres de su entorno, algo tremendamente dificil en sus circunstancias. Capaz de comprenderme y hacerme comprender, a pesar de que pertenecíamos a planetas distintos y como no, de cuidarme como a uno más de sus hijos durante mi estancia.

A la mañana siguiente traté de buscar el recuerdo de Nanci, lo encontré en las lágrimas y en los abrazos de su madre y de sus hermanas. Ellas sabían que yo volvería, Nanci no se cansaba de repetirlo, sabían que el motivo de mi visita sería volver a encontrarme con ella.
Esta vez volví, pero tarde.