"Me sobra Esperanza..."

Un madrileño cualquiera.

martes, 10 de febrero de 2009

OTRA HISTORIA SOBRE DORADOS E IMPOSIBLES (primera parte)

Allí, sí, allí, en el valle de Kangra, al norte de la India. Un sitio que conocéis bien, es el sitio del desamor…, vaya, qué mal empieza este cuento, si esperáis que acabe mejor ya podéis seguir esperando, mientras tanto, echad un vistazo, que no haya nadie a vuestro alrededor. Las siguientes tonterías pueden herir ciertas sensibilidades.

No era la primera vez ni la vez n-1 que la madre de Oda se mondaba de la risa de las tonterías de su odiada hija. Oda imaginaba historias raras, imaginaba cosas como que los ñues escribían, imaginaba que había estrellas más grandes que nuestros apellidos, imaginaba que en algún lugar de un mundo avanzado había personas como ella y como su madre que utilizaban pastillas para bailar como locos, imaginaba incluso que había lugares donde no se escuchaba la palabra crisis durante el periodo transcurrido entre la salida y la puesta del Sol.
A veces, incluso se imaginaba un sentimiento que fuera capaz de unir a las personas por encima de las conveniencias, pero bueno, esa idea era tan boba y descabellada que ni siquiera se la había contado a su madre.

Mientras tanto en el Valle de Kangra, el lugar del…, seguían surgiendo matrimonios a cuenta de buenos ingresos. Una esposa por aquí, un par de yaks por acá y como resultado un par de grupos de filiación unidos por siempre. Aquel caleidoscopio de intercambios era el secreto de la perpetuidad de esos grupos, como diríamos, de esos clanes típicos de productores de alimentos no industriales. En definitiva, unos bárbaros cualesquiera.

El padre de Rod era el jefe del catarro. Organizaba y mandaba a todo quisqui pero desgraciadamente, siempre estaba resfriado. En cambio Rod no pintaba nada, no imaginaba, Rod apenas pensaba, Rod sólo deseaba. Deseaba a Oda. La miraba en silencio, evidentemente, porque mirar no hace ruido, y se preguntaba qué era lo que le pasaba por dentro. Era algo que no tenía correspondencia léxica con ninguna palabra del diccionario Kangranés. ¿cómo explica uno lo que siente si nadie le ha explicado que eso se puede sentir?, menudo lío.

Y de repente!, un día ocurrió lo que todos estáis esperando. En uno de esos banquetes domingueros, fruto de una nueva unión más patrimonial que matrimonial, se descubrieron. No me preguntéis cómo, pero Rod y Oda cayeron en la cuenta de que estaban pensando en lo mismo sin haber hablado una sola palabra.
Y en qué momento!…, echaron a correr como si hubieran estado guardando fuerzas toda la vida para aquella carrera, corrieron y corrieron. El resto de individuos del Valle se miraron, atónitos, helados, sin decir ni una sola palabra. Claro, esta vez no había correspondencia semántica para un acto tan extraño entre las costumbres de los Kangraneses y menos cuando vieron que al final del horizonte, cuando empezaban a perder de vista a los escapistas, Rod y Oda se cogían de la mano. Las alarmas saltaron, decenas de sirenas sonaban por el valle. Los kangraneses se subieron a sus 4x4 más potentes y salieron en la búsqueda de los chiquillos. Hubo algunos ataques de ansiedad, El Corte Inglés del Valle de Kangra cerró sus puertas aquella tarde, la Iglesia evitó pronunciarse, fue un día inolvidable.

Armados con papeles, contratos y plumas, los kangraneses deberían parar, lo antes posible, aquella union sin nombre, sin intereses, y cambiarla por algún recibo, algún tipo de ganancia acumulable, algún activo, incluso por alguna hipoteca subprime (perdón).

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