"Me sobra Esperanza..."

Un madrileño cualquiera.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Ruta Quilotoa (1ª parte)

Habìamos guardado para el final uno de esos fines de semana que prometían. En linea recta no hay más de 50 km desde el lugar donde vivimos hasta el corazón de la excursión, la Laguna Quilotoa.

Empredimos viaje un viernes más, tal y como veníamos haciendo estos 3 meses. Con las prisas del querer "llegar de día" era habitual olvidar algo, ese viernes olvidamos sacar dinero del cajero. Alrededor de las 19:00 horas, después de cenar tranquilamente y pagar con los restos del finde pasado nos acercamos a la terminal terrestre de Latacunga para sacar billete hasta Zumbahua. La cajera nos advierte que apenas quedan plazas y que el siguiente autobús sale a las 5 de la mañana, decidimos comprar y cuando vamos a pagar caemos en la cuenta de nuestro olvido, mientras decidimos qué hacer se venden el resto de plazas.

No queda opción, estamos obligados a pasar la noche en Latacunga y siguiendo la política de mínimo gasto nos alojamos en el hostal más barato; 7,5 dólares por noche en habitación doble, es decir, poco más de 2 euros por persona. Como era de esperar el hostal no defraudó, pasamos una noche horrible entre los gritos de los borrachos que venían de fiesta, las televisiones a todo volumen y la penosa cama en la que dormimos.

A primera hora volvimos a la terminal terrestre para volver a probar suerte, esta vez lo conseguimos. El viaje en autobús fue espectacular, atravesamos buena parte del páramo de la región del Cotopaxi, dejando a los lados la reserva ecológica de los Volcanes Ilinizas. Entre el traqueteo de la carretera y la habitual niebla matinal llegamos a nuestro destino.

Zumbahua es una aldea situada a 3.800m de altura, con una población de unos 12.000 habitantes. Ya nos habían advertido de la desconfianza y la poca amabilidad de los indigenas de esta zona de los Andes. El rechazo no tardó mucho en aparecer cuando una señora me lanzó un trozo de naranja mientras me las apañaba para hacer una foto a la camioneta de ganado más terrorífica que hemos podido observar jamás. Decenas de ovejas y alpacas (llamas de los Andes) apiladas en poco más de 3 metros cúbicos, axfisiandose literamente, deformados, atados con cuerdas y cadenas para poder caber en tan aparatoso transporte de una sola vez y ahorrar así, algunos dólares en combustible.

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